Descenso a los infiernos mas y mas crímenes brutales

 Descenso a los infiernos mas y mas crímenes brutales 

A partir de ese momento, Jeffrey Dahmer cedió finalmente ante sus impulsos: volvería a frecuentar los clubs en busca de hombres para conquistarlos y descuartizarlos. Tras drogar y estrangular a James Doxtator (enero de 1988), escondió el cuerpo de su víctima durante una semana y cometió actos de necrofilia con él. Una vez el proceso de descomposición se aceleró y el mal olor era evidente, lo descuartizó. 

Con su cuarta víctima (Richard Guerrero), actuó siguiendo el mismo procedimiento. Entretanto, dejó la casa de su abuela y se alquiló un piso en solitario, lo que aceleró el baño de sangre. Esta espiral casi acaba a comienzos de 1989, cuando un chico de trece años al que intentó seducir escapó de su apartamento y alertó a la policía. Por aquel hecho, cumplió diez meses de condena por agresión sexual, pero no se descubrió su terrible secreto. Tres semanas después de salir de prisión, volvió a Milwaukee, donde comenzó una orgía de sangre que duraría todo un año, hasta bien entrado 1990. A pesar de sus antecedentes, nadie le investigó por las desapariciones de jóvenes que estaban ocurriendo en la ciudad, hasta un total de trece.



Jeffrey Dahmer sentía una necesidad imperiosa por mantener sexo con personas cuya voluntad estuviera anulada. Para lograrlo, estando algunas de sus víctimas aún con vida, les practicaba trepanaciones craneales con un taladro y luego les inyectaba un ácido suave en el cerebro con ánimo de crear una especie de zombies a quienes poder controlar. Ante el fracaso de sus experimentos, Jeff las remataba. En un último intento por controlarlos, empezó a comerse los cuerpos, ya que confesó sentir que pasaban a ser una parte permanente de él. Aquello también le producía placer sexual. Poco a poco los restos de cadáveres se fueron amontonando en su apartamento pero, a pesar de los malos olores que impregnaban el edificio, los vecinos no se alertaron.

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